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Pasión por el sonido atronador con el que se puede sentir cómo vibra y se eriza la piel

HISTORIA
DEL TAMBOR
HISTORIA DE LOS TAMBORES DE MULA
Aunque el origen de la tamborada muleña es incierto, parece que fue en la primera mitad del siglo XIX cuando surgió. Ya en las ordenanzas municipales del año 1859 se trata de prohibir la costumbre de batir tambores en Semana Santa fuera de la procesión:
 «En las procesiones se guardará por los concurrentes el orden y compostura debidos, y en todo caso se prohíbe andar por las calles con tambores, fuera de los pocos que con permiso de la autoridad distribuya la Hermandad del Carmen, y aún éstos irán solamente en la procesión…». 

Ordenanzas municipales de Mula, año 1859.

Además, se prohibían los llamados «nazarenos de la broma», quienes no eran más que los muchachos muleños que, ataviados con las túnicas y capirotes de las cofradías a las que pertenecían, andaban gastando bromas y cortejando a las muchachas a su paso hacia las procesiones aprovechando el anonimato por llevar oculto el rostro, al más puro estilo de las mascaradas de carnaval, algo que no era plato de buen gusto para los más conservadores de la villa, quienes abogaban por el recogimiento que la iglesia exigía en los días de Semana Santa. 

 

La prohibición de tocar tambores causa el efecto contrario y solo consigue que cada vez haya más adeptos. Tanto es así, que en 1875 la tamborada ya está consolidada. Para entonces, nazareno y tambor formaban un todo indivisible, consolidando así una costumbre que, con el paso de los años, pasaría a ser tradición.
LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA
A finales del siglo XIX, la tamborada tiene muchos adeptos, en su mayoría del pueblo llano. Las facciones más conservadoras de la villa, quienes eran las clases pudientes y el clero, eran opositores a la costumbre de zurrir tambores por entender la Semana Santa como una época de recogimiento para conmemorar la Pasión de Cristo. Resulta sorprendente cómo, pese a la oposición de quienes regentaban Mula, la tamborada se mantiene viva, aunque comienzan a regularse los días de toque y horarios. Así ocurre en 1892:

 

“Creemos poder asegurar que este año habrá tambores y nazarenos hasta la hora de la procesión del Miércoles Santo, y que en los días siguientes no serán permitidos en absoluto ni los tambores ni los nazarenos cubiertos”. El Noticiero de Mula, 27-III-1892.

 

El intento por regular la ya consolidada tamborada, se da de bruces con el carácter rebelde de los jóvenes tamboristas muleños, quienes no dudan en agolparse en masa contra los gobernantes, como se recoge en un diario en 1908. 

 

Parece que a comienzos del siglo XX la tamborada continuaba siendo, más que deleite por el toque del tambor, un desahogo para la población más humilde, quienes aprovechan el gentío y anonimato para manifestar su descontento. Tanto así que utilizan cuanto está a su alcance para aportar ruido al jolgorio: latas de petróleo, calderas y cornetas, pues no todo el mundo tendría posibilidad de fabricarse o comprar un tambor. También influyen en los enfrentamientos las diferentes facciones políticas.

 

El descontento de los gobernantes con el “carnaval” montado en los días de Semana Santa hace que, ante la imposibilidad de prohibición por la cantidad de gente participante, cada año el horario de toque fuese más reducido, llegando a apenas cuatro horas durante la dictadura de Primo de Rivera, aunque, curiosamente, se permitiera andar vestido de nazareno más horas de distintos días
Tras el declive de la tradición durante la dictadura, y la posterior Dictablanda del General Dámaso Berenguer, la tamborada vuelve a la normalidad con la instauración de la Segunda República. Con la llegada de la dictadura franquista, la tamborada se mantiene viva, el poder de la masa hace impensable la prohibición del tambor. Sin embargo, surge un nuevo palo en la rueda para la tradición, pues los gobernantes locales establecen un impuesto para poder tocar.

En esas sobrevivió la tamborada durante los años de dictadura hasta la llegada de la Democracia, cuando comenzó a coger más tintes de fiesta.

LA INDUMENTARIA
En origen, cuando comenzaran a gestarse los nazarenos de la broma a comienzos del siglo XIX, o incluso finales del XVIII, el atuendo debió de ser el propio de los procesionarios de cada paso, es decir, las túnicas nazarenas de cada cofradía, por lo que habría distintos colores. Esto es así porque los muchachos, aprovechando el anonimato que les proporcionaba el capirote, irían gastando bromas de camino al inicio de cada procesión.

 

Con el tiempo, la afición por gastar bromas en los días de Semana Santa se extendería a los muleños más jóvenes de forma generalizada, estuvieran vinculados a una cofradía o no, por lo que, aquellos que no dispusieran de un traje de nazareno, se apañarían alguna túnica y capirote con los harapos disponibles en las casas. Es ahí donde parece tener origen la túnica de percalina, por ser una tela muy barata.

 

Sabemos que en 1875 no solo se utilizan túnicas negras, sino también azules o moradas:

 

“Unos jóvenes alegres y divertidos, siguiendo la tradicional costumbre de producir esas escenas, se habían disfrazado de nazarenos con trajes de percalina negra, azul o morada y careta, y andaban de acá para allá tocando a tambor batiente por las calles y plazas mal empedradas”.

 

Diario El Constitucional de Alicante, 9-13 de noviembre de 1875.

 

Con el tiempo se generalizaría el uso de la túnica en color negro y capucha del mismo color, desapareciendo el capirote que daba la forma cónica a la citada capucha.

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Mula, ciudad del tambor, es una experiencia, una deleite cultural que espera con la calma de la historia a sus visitantes

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Texto:
José Antonio Zapata y
Juan Fernández del Toro